Canadá es ese primer mundo del que todos hablan, el de las calles limpias, los aeropuertos súper tecnológicos, la amabilidad, la tranquilidad. Resulta que su nieve es también muy divertida y sus cervezas no son excesivamente caras y se dan como se producen las botellas de miel de maple.
Ciudad de México, 25 de mayo (SinEmbargo).– El viaje inicia en el camino de Montreal a Toronto, es necesario pasar a uno de los cientos de Tim Hortons que hay en el país, por un café y algún pan para cenar. En medio de la carretera el señor que atiende la cafetería comienza a hablar en francés pero al ver que hablábamos español, dijo con su mejor esfuerzo: "Bienvenidos, mi país es su país". Suficiente para amarlos ya de entrada.
Toronto nos recibió con su peor clima, lluvia, neblina. Recorrimos más o menos una hora y media para llegar a Niágara y ver las cataratas, pero debido a la niebla, la vista sólo llegaba a un par de metros de la caída de agua. "Tengo frío, tengo hambre, no vi nada", bye. Siguiente parada, Toronto es muy parecida a otras ciudades de Estados Unidos, pero con ese toque canadiense, o sea, todo cierra temprano.
En Kensington Market, un distrito "alternativo" y cerca del Barrio Chino comimos una hamburguesa y un Poutine, el platillo típico canadiense que consiste básicamente en papas a la francesa, cuadritos de queso y gravy. No estaba mal, pero lo único que vendían de tomar era refresco y cerveza de barril.
A unos locales estaba Trinity Common, un lugar que podríamos encontrar en Polanco o en la colonia Roma de la Ciudad de México, con un amplio menú de cervezas artesanales y locales.
Siguiente parada: Montreal. Llegamos a un Airbnb en el distrito de Rosemont–La Petite-Patrie. Nuestra host Pascale explicaba lo feliz que le hacía poder compartir su casa con los visitantes, incluso criticó que algunas personas usaran Airbnb sólo para lucrar, en espacios en los que no vivían y sólo rentaban.
"Es como una hippie de Coyoacán" murmuró uno de nosotros. Y sí era. Bueno, no exactamente pero nos contó que en su visita a México uno de los barrios que más le gustó fue ese, incluida la Casa Azul de Frida Kahlo.
El barrio era lo que se puede definir como hipster, pequeños mercados en la esquina, cafeterías, librerías, tiendas de discos. Departamentos con el mismo estilo, con nieve en la entrada de la última nevada.
En Montreal es necesario hacer la caminata para visitar el Mont Royal, una montaña en el centro de la ciudad que en la punta tiene un mirador gratuito con una vista increíble.
Bajando, los edificios del centro podrían recordar a algunos del Centro Histórico de la Ciudad de México, o quizá era mera nostalgia de una de mis acompañantes, una mexicana que lleva ya varios años viviendo en Toronto.
Después de fracasar en el intento de encontrar abierta la Basílica de Notre-Dame de Montreal, comer unas buenas pizzas y recorrer el distrito financiero y la Place des Arts , la opción era visitar otro de esos bares con amplia lista de cervezas locales.
Al siguiente día por fin a la nieve, por cuestión de precio y al ser amateurs, el mejor resort resultó Mont Blanc, en Quebec, que por alrededor de mil pesos rentan skis o tabla, botas y los bastones para esquiar todo el día.
Luego de la diversión, el miedo y algunas caídas, visitamos Mont Tremblant, la principal villa de ski de la zona, que tiene un ambiente bastante más festivo que los alrededores. "Es como el Disney de la nieve", dijo alguien. Ahí hay muchas tiendas, restaurantes, venden el postre típico llamado Queques de Castor o Beaver Tails.
Luego de tomar algunas cervezas (sí, locales) fuimos al Café d'Époque, que no es un café, más bien una especie de antro que como todo buen antro pone todo el reggaetón de moda y hasta del viejo.
Al día siguiente, faltaba por visitar la ciudad de Quebec, específicamente el área vieja, con calles pequeñas, un hotel en forma de castillo, muchos lugares fotografiables y su poutine québécois.
Como se imaginaba, Quebec parece ser un área de retiro y descanso con muy poca vida después de las 6 de la tarde.
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